Conocí a Miguel Delibes a través de mi abuelo Francisco García López, conocido después en la ciudad de Valladolid como el guitarrista Paco, el minero. Estudió en la Escuela de Comercio y para él, don Miguel no era más que un simple mentor de lecciones teóricas: era un modelo a seguir y llevó a rajatabla su filosofía de vida.
Para mí, humildemente, mi abuelo siempre ha sido una extensión de la persona que fue Miguel. Fue también un ferviente amante de la Naturaleza, de su Castilla y, cómo no, del conocimiento. E incluso llegó a crear sus propias palabras como hacía don Miguel.
Más tarde, tras la muerte de mi abuelo, tiempo después de aquellos largos paseos por el campo y de nuestras meriendas, comencé a adentrarme en el mundo de Delibes: devoré todos sus libros y comprendí mucho más quién era mi abuelo. Por aquellos años, yo estudiaba en el IES Ramón y Cajal de Valladolid, donde su hija Elisa impartía clases de Lengua y Literatura, pero jamás me atreví a cruzar una palabra con ella, ya que me apesadumbraba más la muerte de mi abuelo que el hecho de ser valiente y haber compartido unas palabras sobre su padre con ella.
Actualmente, estoy estudiando para ser guionista y hasta que un buen día me preguntaron sobre mis influencias literarias a la hora de escribir, no me di cuenta de que Miguel Delibes formaba parte de mí de una forma tan intrínseca. Dicen que una persona no muere si sigue viva en nuestra memoria y para mí no hay mejor legado que el de don Miguel Delibes Setién y mi abuelo Paco.