Jorge Urdiales Yuste nos cuenta cómo conoció a Delibes

“No trabajo, no escribo, no viajo, no cazo (…)”. Así me escribía Miguel Delibes en su primera carta de 25 de febrero de 2002. Andaba yo por entonces preparando la tesis doctoral sobre su lenguaje rural. Necesitaba de su ayuda con algunas palabras. Me había embarcado en la inmensa tarea de dar con el significado de las más de 300 palabras rurales que aparecían en sus libros pero de las que no se daba cuenta en el diccionario de la RAE. Pueblo a pueblo, con paciencia, me había recorrido varias de las localidades vallisoletanas más frecuentadas por él: Quintanilla de Onésimo, Peñafiel, Villavaquerín, Castrillo-Tejeriego, Villafuerte de Esgueva… Pegaba la hebra con unos y otros, en residencias y casas particulares. Pero tuve que recurrir al propio Delibes para consultarle una treintena de palabras. Carta por carta, ¡hasta 19!, en las que me fue respondiendo a todas mis dudas. No hubo palabra, por rara que fuese, que se le resistiera. Con un trato exquisito hacia alguien que no conocía de nada, dio luz a las últimas palabras rurales de su narrativa y pude finalmente escribir mi Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes. El anciano Delibes, amable siempre, exquisito en el trato, tuvo a bien mantener una correspondencia extensa conmigo para solucionar esta inmensa riqueza que es el lenguaje rural de su narrativa. Me contó, entre otras, que “talama” era una ramita, que se llama “rispión” al rastrojo, o que la socarreña (palabra propia de Cantabria) es un cobertizo. Su última carta fue del 3 de diciembre de 2009. Ya no la escribió Miguel Delibes. Se la encargó a su nuera y secretaria, Josefa Caballero, la mujer de su hijo Germán, y comenzaba así: “Querido Urdiales: Le escribo por encargo de Miguel Delibes pues su falta de vista le impide hacerlo personalmente”. Así conocí a Delibes, así trabajé conjuntamente con él y así dimos luz a ese tesoro que es su lenguaje rural.

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