Recuerdo haberle visto en varias ocasiones paseando por la Avenida de Salamanca, por el Puente Colgante y por el Campo Grande.
Yo vivo por esa zona de la ciudad. Me gustaba tener la posibilidad de cruzarme con él, de verle. Solía ir con gabardina y gorra. Los pantalones siempre los llevaba un poco cortos. Su presencia no me era indiferente. No se trataba de un ciudadano común, aunque lo pareciera.
En otra ocasión coincidí con él en el teatro Lope de Vega. Estaba acomodándome en mi localidad cuando entró en la sala de butacas acompañado de una chica muy joven. La película que vimos fue Historias de Nueva York, tres mediometrajes dirigidos por Martin Scorsese – el menos malo -, Francis Ford Coppola – insoportable – y Woody Allen – una tontería -.
No exagero si digo que a veces le echo de menos. Como a mí también me gusta pasear y casi siempre lo hago por donde él lo hacía, me acuerdo de él. Su presencia me provocaba cierto orgullo. El orgullo de poder compartir con alguien tan ilustre el espacio de la ciudad en la que vivo: Valladolid.