11.- Habíamos dejado al joven Zorrilla con 19 años, recién llegado a Madrid, huido de su familia y dispuesto a probar fortuna con su auténtica vocación. Durante sus primeros meses en la capital, Zorrilla sobrevivió alojado en casa de un cestero, vendiendo algún poema y algún dibujo y acudiendo por las tardes a la Biblioteca Nacional, donde los braseros permanecían siempre encendidos.
Hasta allí fue a buscarlo Joaquín Massard, un italiano habitual de las tertulias del momento, que había oído hablar de nuestro poeta. Era el 13 de febrero de 1837 y el gran Mariano José de Larra acababa de suicidarse. Massard propuso a Zorrilla que compusiese unos versos en memoria de Larra, para leerlos al día siguiente en su entierro. Zorrilla aceptó, pero siempre que los firmara otro, pues, como se ha dicho, su último deseo era que su padre se enterase de dónde estaba y a qué se dedicaba.
12.- Recibido el encargo de Joaquín Massard, José Zorrilla pasó en vela la noche del 14 al 15 de febrero de 1837, componiendo los versos en homenaje a Larra. En la casa del cestero no se sabía lo que era ni la pluma, ni la tinta; «pero había mimbres puestos en tinte azul. Hice un kalam de un mimbre, como lo hacen los árabes de un carrizo, y tomando por tinta tinte azul en que los mimbres se teñían» el poeta puso manos a la obra (con el estómago de por sí muy vacío…).
A la mañana siguiente, después de pasar a limpio los versos en casa de un amigo y antes de reunirse con Massard para ir al cementerio, se acercó al periódico El Mundo a solicitar un puesto que sabía que había quedado vacante. Lamentablemente, llegó tarde: acababan de dar el trabajo a otro… Aquello, a su vez, le retrasó lo suficiente para llegar al domicilio de Massard cuando la familia ya había almorzado y se disponía a tomar el café (que hizo ‘eco’ al caer en el estómago de nuestro poeta…). En tales condiciones llegó Zorrilla al cementerio de la Puerta de Fuencarral, vestido para la ocasión todo ‘de prestado’. Allí, llegado el momento, Joaquín Massard se las arregló para que sí fuese Zorrilla quien leyese aquellos versos que lo catapultarían a la fama: «Ese vago clamor que rasga el viento // es la voz funeral de una campana…»
Zorrilla no pudo terminar la lectura pues se desmayó. Los asistentes pensaron que ‘de la emoción’, pero fue en realidad el hambre lo que le hizo caer literalmente desfallecido ante la concurrencia. ¡Así se escribe la historia!
13.- Seis días después del entierro de Larra, José Zorrilla cumplió 20 años. Ese mismo año, 1837, instalado ya ‘públicamente’ en Madrid y
paralelamente a sus colaboraciones en El Porvenir y El Español, publicó el primer tomo de sus poesías. Al año siguiente, 1838, vieron la luz los tomos dos y tres. Y en el 39, además de publicar los tomos cuatro, cinco y seis, el imparable Zorrilla aún tuvo tiempo para casarse con la viuda de ascendencia irlandesa Florentina O’Reilly (dieciséis años mayor que él), firmar al alimón con su admirado García Gutiérrez el drama ‘Juan Dandolo’ y estrenar en el teatro del Príncipe su obra ‘Cada cual con su razón’. En tan sólo tres años, la vida de José Zorrilla había cambiado radicalmente y su destino y significación literarios eran ya una realidad. Tenía 22 años.
14.- Entonces, con sujeción a lo dicho, ¿fue ‘Cada cuál con su razón’ la primera obra de teatro escrita en solitario por José Zorrilla (1839)? El profesor González Subías afirma que no. Y que, en algún momento de 1836, durante aquellos meses en los que vivió huido en Madrid, José Zorrilla escribió y publicó, en una imprentilla de la calle de la Luna, una brevísima obra de teatro titulada ‘El condestable de Sicilia’; de la que el propio autor se ‘olvidaría’ posteriormente al compilar sus obras completas, por considerarla, probablemente, como algo anecdótico y de escasa calidad.
15.- 1840 fue un año muy fértil y exitoso para el joven José Zorrilla. Además de ver publicados los tomos séptimo y octavo de sus poesías, el estreno de su obra ‘El zapatero y el rey’, en el mes de marzo, es un éxito rotundo de crítica y público. Y, por si fuera poco, publica los dos primeros tomos de una de sus obras más emblemáticas: ‘Cantos del trovador’; en la que se incluyen, entre otras, leyendas tan famosas como ‘Margarita la tornera’ o ‘Las píldoras de Salomón’. Un año después, en 1841, el Teatro de la Cruz lo contrató para que escribiera dos obras al año.