Luis Julio Cano Herrera nos cuenta cómo conoció a Miguel Delibes

Me resulta imposible recordar cuándo y cómo conocí a Miguel, porque él y su mujer eran amigos de mis padres y crecí conociéndole. Sin embargo, él siempre fue esa figura lejana y metida en sí misma. Si nos le cruzábamos por la calle, siempre andando con las manos a la espalda, era imposible saber si nos había visto; y, sólo si íbamos con nuestros padres, se detenía. 

 Ya mayor, el día en que le habían organizado un homenaje por la novela El Hereje, en el restaurante La Criolla, aparqué en el parking de la Plaza Mayor al lado del coche en el que su hijo Germán le llevaba al homenaje. Al salir a la plaza comenzamos Germán y yo a hablar mientras él se mantenía en una cortés e impaciente lejanía, la que se mantiene cuando tu acompañante habla con alguien a quien tú no conoces… Germán, con un carácter alegre completamente diferente, le informó de quién era yo. Miguel Delibes, con su castellano laconismo, manifestó: “Lo sé, y ése fue todo su saludo y agradecimiento a mi felicitación. Era una buena persona con ese carácter seco y difícil de Valladolid que sólo los de aquí sabemos entender y no llegamos a comprender por qué los demás no lo comprenden. 



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