Nací en septiembre de 1936, recién comenzada aquella sinrazón. En 1951, con 15 años, entré a trabajar en la encuadernación de Miñón S.A., en la c/ Montero Calvó, en la sede de El Norte de Castilla; que formaba sociedad con Miñón, Lara y Santarén. Para acceder a mi puesto de trabajo tenía que pasar por la rotativa y allí veía muchos días, a media mañana, a Miguel Delibes, siempre con su cigarrillo. Hablaba, curioseaba y compartía tabaco; unas veces ofrecía él, otras le ofrecían los compañeros Celtas o Ideales, o picado en petaca y papel de fumar de ZIG-ZAG, con su famosa “hoja roja” avisando de que sólo quedaban cinco papelillos.
Una mañana, cuando llegó Delibes todos se acercaron a él y le felicitaban y le daban la mano. Me dijeron que le habían nombrado subdirector de El Norte. Un día preguntó: “¿Quién es la hija de Colmenares?”. Yo levanté la mano y me preguntó cómo me llamaba. Le dije que “según”. “¿Según qué?, dijo Delibes. “Mi nombre es M.ª de las Mercedes; en casa me llaman Merce y mis compañeros Merceditas”, contesté. Desde aquel día me decía: “Buenos días, Merceditas”.
En el 58, cuando le hicieron director, sí le felicité y le di la mano. Yo ya había leído algo de él y me había documentado sobre sus premios (¿cómo es posible que no le concedieran el Nobel? Se lo merecía, por sencillo y buena persona). En el 61, nos trasladamos a las eras de Cristo Rey por falta de espacio. El arte de la encuadernación que yo había conocido y que tanto interesaba a Delibes, ya no existía (aquellos grandes tomos del Norte que encuadernábamos “a diente perro” para la hemeroteca…). Todo se perdió con el progreso.
En Montero Calvo había conocido, además, a personajes como Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, Antonio Allúe Morer, Capuletti… Necesitaría muchas cuartillas para contar todas mis vivencias, que no es el caso. Como ven, escribo a mano y si he cometido alguna falta de ortografía, corríjanme; la caligrafía tampoco es perfecta, pero la edad no perdona y el pulso tiembla.