Ramón García Domínguez nos cuenta cómo conoció a Delibes

DE   NIÑOS  O  PARA  NIÑOS, por Ramón García Domínguez

He contado más de una vez, en periódicos, incluso en algún libro, cómo conocí a Miguel Delibes. Y también he contado no pocas de mis vivencias en mis años de relación y amistad con el novelista.

Pero aún y todo me han pedido participar en este memorándum coral de la ciudadanía de Valladolid en torno a su conciudadano Delibes, y aquí estoy, cómo no.

A lo mejor lo que cuente ya lo he contado antes, o lo he contado de otra manera. Pero ya que  esta iniciativa lleva por título «Así conocí a Miguel Delibes», a este epígrafe voy a atenerme.

Conocí personalmente a Miguel Delibes al poco de recalar yo en Valladolid, como redactor jefe del periódico «Diario Regional», y pedirle al novelista una entrevista para mi periódico. Fue aquel encuentro –mitades de los años 70– el arranque de nuestra luego larga amistad. Pero lo que creo no haber contado nunca es el contenido de aquella mi entrevista periodística.

Empezaba yo por entonces con mis primeros escarceos en literatura infantil, y cuando le pregunté al novelista sobre las constantes de su narrativa, entre las que siempre había dicho que estaba la infancia, quise saber si era lo mismo para él escribir de niños que para niños.

–Yo nunca he escrito directamente para niños – me contestó–; eso sí, en mis novelas hay muchos niños, y no pocos de ellos protagonistas. (Cuando hablábamos de esto, Delibes ya había publicado El camino, con Daniel el Mochuelo como protagonista; Las ratas, protagonizada por el Nini; La mortaja, por el Senderines; o El príncipe destronado, con un protagonista de sólo tres años, Quico).

–Escribir para niños –siguió explayándose Delibes– requiere un don especial. Un don similar al de la poesía. El don de la autenticidad. No basta con poner voz de falsete, al revés, eso lo desvirtúa todo. Si un personaje literario se define por cómo habla, tratándose de un niño, mucho más. Yo siempre he procurado que mis niños se comporten y hablen como niños.

¡Y anda que no lo consiguió!



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