En las islas del mar Caribe proliferaron antaño unos hombres especialistas en cazar puercos salvajes, en la jungla, que pasaban por ser los mejores tiradores de mosquete largo del mundo. Se cuenta que su aspecto era aterrador: cubiertos casi siempre por la sangre de sus víctimas; calzados con gruesas polainas para evitar las mordeduras de insectos y reptiles; y tocados con un sobrero de alas recortadas para evitar el ruido al andar en la espesura de la selva. Estos cazadores despellejaban los cochinos, cortaban su carne en tiras y las maceraban en sal. Así preparado, el “boucan”, que así se le llamaba el producto resultante, se conservaba largo tiempo, lo que lo convertía en magnífico alimento para las travesías marítimas; y a sus hacedores, los “bucaneros”, en personas non gratas para el ejército español, que veía en ellos una ayuda esencial para sus enemigos. El término “bucanero” tiene hoy un significado algo distinto, pero podemos intuir cómo lo adquirió. Para la RAE, un “bucanero” es un «pirata que en los siglos XVII y XVIII se entrega al saqueo de las posesiones españolas de ultramar».