La leyenda cuenta que a principios del siglo XIX vivía en Madrid un tal Esteban Fernández a quien todos llamaban “tío Esteban”, propietario de una atracción de feria, del tipo “caballitos”. El tío Esteban murió víctima de la epidemia de peste de 1834 pero cuando lo llevaban a enterrar, se incorporó de repente tras un episodio claro de catalepsia. Cuando el tío Esteban, recuperado, volvió a regentar su negocio de los “caballitos de feria”, la gente comenzó a llamarlos “los caballitos del tío vivo”. En nuestros días, según la RAE, un “tiovivo” es un «Recreo de feria que consiste en varios asientos colocados en un círculo giratorio».