Mis hermanos y yo conocimos a Miguel Delibes […] a finales de los años 70 gracias al trabajo de mi padre, Luis Valle Olivares, […] quien, además de su trabajo como encargado de un almacén, trabajaba en casa, transcribiendo a máquina, primero manual y luego eléctrica, artículos, tesis, tesinas y libros a profesores de la Universidad de Valladolid, y también a D. Miguel Delibes y a uno de sus hijos, Germán. Todos ellos acudían a casa a llevar sus documentos manuscritos […].
Miguel Delibes era uno más de este grupo, que se caracterizaba por su sencillez y educación. Él llevaba sus borradores de artículos y futuras novelas. Cuando eran artículos, recuerdo que los escribía en cuartillas y con una letra que al menos la calificaba de poco “legible”, pero ahí estaba mi padre, que la entendía sin ningún problema, al igual que mi madre que le dictaba, con el objeto de intentar acabar todos los trabajos con antelación a la fecha concertada de entrega.
Cuando se trataba de los borradores de lo que serían sus novelas, D. Miguel escribía en folios. En la gran mayoría de las ocasiones acudía en persona a nuestra casa frente al antiguo Matadero, lo que le permitía darse un paseo. Y nunca se limitó a encargar un trabajo; siempre dedicaba un rato a la charla distendida con mis padres, lo que permitió forjar una relación de amistad, admiración y respeto hacia su persona que se extendió a lo largo de los años. Cuando el tiempo le apremiaba, y con el objeto de que dispusiese del trabajo cuanto antes, uno de mis hermanos se lo acercaba a su casa. Era tal el cariño y la cordialidad que Miguel Delibes dispensaba a mis padres y a nosotros que, siempre que concluía un trabajo, dedicaba un rato de su tiempo para llevarnos uno de sus libros, dedicados, con unas palabras entrañables que reflejaban esa relación. Más de veinte libros dedicados y cartas dirigidas a mi padre, ocupan un lugar muy destacado en nuestra casa y en nuestras vidas.