La práctica del ‘refresco lingüístico’ está bien arraigada más allá del microcosmos vallisoletano. La Fundación del Español Urgente, por ejemplo, distribuye consejos de igual índole… ¡a diario! (suscribirse a este servicio es altamente recomendable, por cierto).
Pues bien. En una de sus últimas recomendaciones la Fundeu ha abordado un asunto del que es difícil no hacerse eco. Y aquí va…
Pasivo es un adjetivo que significa «falto de acción o actuación». La cualidad de pasivo se expresa con el término pasividad.
Impasible es un adjetivo que significa «que permanece indiferente, imperturbable». La cualidad de impasible se expresa con el término impasibilidad.
Es decir: pasividad e impasibilidad son cuasi-sinónimos; y significan falta de acción o actuación ante alguna circunstancia o algún sentimiento.
Pero he aquí que tenemos la mala costumbre de confundir utilizar impasividad por impasibilidad. Y claro, no puede ser: el término impasividad, como presunto antónimo de pasividad, entrañaría en sí mismo una auténtica paradoja. Porque –si existiera, que no existe…– impasividad significaría algo parecido a «cualidad de impetuoso, efusivo».
Resumiendo. ¿Qué diantres queremos decir cuando afirmamos cosas como que Los sindicatos anuncian movilizaciones ante la impasividad del Ejecutivo o que El acusado escuchó la sentencia con total impasividad?