Mi primer contacto con Delibes fue literario. En el Instituto Zorrilla nos mandaron leer El príncipe destronado y Las ratas y preparar unos trabajos sobre ambos. Después llegarían muchos más, ya sin obligaciones estudiantiles y por gusto. Con Delibes en persona me crucé, como la mayoría de vallisoletanos, muchas veces mientras paseaba envuelto en su inconfundible capa. Pero la que se me quedó grabada fue una ocasión en la que estaba con mis alumnos (soy maestro de Primaria) realizando una visita cultural al Campo Grande, y justo cuando estábamos en la Glorieta del Libro, explicando el significado de la estatua “Niño y libro”, apareció él, paseando distraído, ante nosotros. Ni adrede podría haber hecho mejor entrada. Detuve la explicación y pasé a comentar a mis alumnos quién era ese señor que se alejaba de nosotros perdido en sus pensamientos. Momentazo. Mi último encuentro con Delibes fue inesperado: soy responsable de los archivos de la Junta de Cofradías de Semana Santa de Valladolid y una tarde, mientras colocaba unos aburridos documentos contables de 1950, apareció traspapelada una carpeta con los originales de unos artículos de grandes escritores y periodistas de esa década, entre los que se encontraban tres originales de Miguel Delibes, con sus correcciones, tachones, etc. Un auténtico tesoro que ya hemos difundido y que se encuentra a buen recaudo.