Yo ya adoraba sus libros y a su persona cuando aterricé, recién licenciada, en la delegación de la Agencia EFE en Castilla y León, ubicada en la calle Santiago de la capital vallisoletana. Corría el año 1993. En la inauguración de las instalaciones, recién reformadas, participó Miguel Delibes, con otras muchas personalidades de la ciudad y de la región. Me sentía abrumada porque había mucho cargo y mucha cara conocida: obispos, militares, toreros, algún escritor más… Me costó acercarme pero, con un vino en la mano, logré después de algún rodeo entablar conversación con él y decirle cuánto le admiraba y cómo me gustaban sus libros. Recuerdo palabra por palabra lo que me dijo: “Qué honor recibir este reconocimiento, sobre todo viniendo de una periodista joven como usted, que también se dedica a escribir”. Me confirmó lo que me parecía. Miguel Delibes, de oficio, escritor, era una persona con una humildad conmovedora que me hizo sentir lo que me empezaba a creer que era, una joven periodista cuya pasión sigue siendo leer y escribir. Durante los seis años, aproximadamente, que viví en Valladolid aprovechaba las idas y vueltas de ruedas de prensa para atravesar de mañana por el Campo Grande porque sabía que me lo iba a encontrar, algunas veces sentado en un banco al sol y otras paseando parsimonioso. Muchos años después sigo admirando sus libros y su historia. Y por él, me siento un poco de Valladolid.