Estaba yo en 7.º de EGB, año 79, imberbe, 12 años para 13. En el Colegio San José, el profesor de Lengua, don Lorenzo Ferrero, nos pidió para clase una exposición pública sobre el tema que cada uno eligiéramos. Y a mí, que por entonces tonteaba con la idea de ser reportero, se me ocurrió hacer un par de entrevistas y armar la exposición con ese material.
Por entonces, mi amigo Pablo Moncada vivía con su familia en el paseo de Zorrilla y yo le había oído decir que Delibes vivía muy cerca de su casa, así que busqué en la guía de teléfonos el número y, ni corto ni perezoso, le llamé: “Quería hablar con Miguel Delibes…”. “Al habla”. Le conté la historia y se prestó amablemente a contestar a mis preguntas. Lo anoté todo, o eso creo; y debí de pensar: “Pan comido”.
Me animé tanto que me lancé a abordar a mi segunda víctima: Carmelo Cabrera, deportista de élite, jugador por entonces en el Fórum Filatélico de Baloncesto. Tuve la oportunidad de entrevistarlo en su casa y grabé la entrevista en mi magnetófono Sanyo para impresionar al profesor y, de paso, a mis compañeros.
Con Delibes aquello no se me había ocurrido y, como salió tan bien, pensé en volver a llamarle y pedirle que contestara otra vez a mis preguntas para poder grabarlas… Mi hermano Ramón estaba con el radiocasete preparado en el otro teléfono para hacer la grabación: “Miguel, soy Gonzalo, el del otro día…, que si podría Ud. responder otra vez a mis preguntas, es que he pensado en grabarlas…”.
Era la hora de la siesta y don Miguel, al contestarme, dio muestras de su elegancia y de su “gran dominio del castellano” al reconvenir sin equívocos a un muchacho tan osado como yo. Conocer a Delibes y pasar la mayor vergüenza de mi vida fue todo uno. Inolvidable.