Mis mayores recuerdos sobre Miguel Delibes son de 1946. Yo tenía 17 años y estudiaba en la Escuela de Comercio de Valladolid. Miguel era un gran fumador, igual que yo, así que en ocasiones me pedía algún cigarrillo y charlábamos un rato. Comenzó el curso y Miguel nos informó de que iba a casarse y que esperaba poder aprobar a toda la clase; que estaría muy pendiente de nuestra asistencia y que posiblemente ese año no haría ningún examen. Así lo hizo, nos aprobó a todos. Le hicimos un regalo.
También trabajaba en El Norte de Castilla, donde acudía a las 7 de la mañana antes de ir a clase. Vivía por la zona del Arco de Ladrillo y utilizaba su bicicleta para desplazarse. Un día llegó a clase con su gabardina y sus pantalones manchados de barro. Me comentó que en el paseo principal del Campo Grande (por donde atajaba) unos guardias le habían tirado de la bicicleta. En ese paseo no se permitía el uso de bicicletas, pero a las 7 de la mañana no debería haber sido un problema. En mi opinión, los guardias no simpatizaban con el carácter del Miguel y aplicaron su autoridad de manera no correcta. Guardo en mi memoria el gesto que me hizo, provocado por una situación injusta en que tuvo que aguantar y callar.
Después, fui propietario de un negocio de carnicería en Puente Colgante. Miguel acudía solo o con su mujer. Vivían cerca. Un día me pidió carne para pescar cangrejos. ¡Me alegré de verle y le regalé unos pulmones de ternera!
A comienzos de los 80, en una conferencia en el Colegio Lourdes por Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En el turno de preguntas, Miguel se levantó y muy educadamente le dijo que quería hacerle una pregunta más “profunda” sobre su fundación. Balaguer le respondió que no admitía ese tipo de preguntas. Miguel se levantó y comentó: “Si no me quiere contestar, yo tampoco quiero escucharle”.
A mi edad ya no puedo escribir grandes relatos, pero sí he podido contar a mi hija todos mis recuerdos. Ella es, ahora, la voz de mi memoria.