La azarosa vida de José Zorrilla en 52 ‘refrescos’ (IX)

41.- A finales de 1888 se fue haciendo evidente que Zorrilla ‘necesitaba’ residir en Madrid, para atender a sus obligaciones como académico de la Lengua; y, finalmente, en abril de 1889, el Ayuntamiento de Valladolid, ante el definitivo traslado del poeta a Madre, decidió suprimirle la pensión de ‘cronista de la ciudad’. A Zorrilla esto le dolió profundamente. Pero, como suele decirse, ‘un clavo saca a otro clavo’ y a comienzos de 1889 en Granada empezó a tomar cuerpo la idea de ‘coronar’ al autor como ‘poeta nacional’. La coronación fue exitosamente organizada por el Liceo granadino y la gran ceremonia se materializó el día 22 de junio de aquel año en el palacio de Carlos V de La Alhambra, con la adhesión de infinidad de instituciones, entidades y particulares de toda España. En representación de la reina regente asistieron el conde las Infantas y el duque de Rivas. El acto y los grandes festejos organizados para arropar el acontecimiento se prolongaron durante días. El poeta fue obsequiado con numerosas composiciones poéticas y hermosísimos álbumes misceláneos con obra original de importantes artistas del momento y, claro está, con una magnífica colección de ‘coronas’: «…cinco coronas de oro, dos de hierro y oro, veintisiete de flores artificiales, catorce de flores naturales, una de mármol y ochocientas cuarenta…».

42.- La solemne e inolvidable coronación de José Zorrilla como ‘Poeta nacional’ en Granada, en el verano de 1889, nos acerca a los últimos años de la vida del poeta, protagonizados por una serie continuada de achaques y sufrimientos. De vuelta en Madrid, el 14 de febrero de 1890 fue operado de un tumor en la cabeza y aquello fue sólo el principio del fin…

Dos meses después, en atención a su estado, la reina María Cristina le concedió una pensión anual para que pudiese vivir con ‘tranquilidad’ y aún viviría el poeta momentos de notable mejoría, como cuando en noviembre de aquel 1890 aún pudo acudir con su familia a la preceptiva representación de Don Juan Tenorio en el Teatro Español, con la gran María Guerrero en el papel de Doña Inés, por primera vez.

43.- El 30 de junio de 1891, Zorrilla acudió por última vez a la Real Academia. Y dice Narciso Alonso Cortés que, «Desde entonces, con leves alternativas, estuvo retenido en su casa hasta el día de su muerte». Durante 1892, el poeta aún envió a ‘El Liberal’ briosos versos dedicados a distintas ciudades españolas pero, en los primeros días de 1893, su estado de salud se deterioró notablemente. En los primeros días de enero de dicho año, la revista ‘Blanco y Negro’ remitió a Zorrilla, para su cumplimentación, el popular formulario ‘Declaraciones íntimas’, con idea de incluirlo en el último número del mes. Zorrilla contestó a todas las preguntas y el día 15, «sintiéndose algo mejor», remitió sus ‘declaraciones’ a la revista. En esas ‘Declaraciones íntimas’, Zorrilla se desnuda con una naturalidad pasmosa…

44.- Enero de 1893. Madrid. Calle de Santa Teresa. El estado de José Zorrilla se agrava. En su domicilio lo acompañan su mujer, Juana Pacheco; su cuñada Julia y las hijas de ésta, y algunos otros parientes. Lo asiste el doctor Forns. En las primeras horas de la madrugada del día 23, su final parecía inminente. El poeta despertó de su sueño y dijo:
«– Estaba soñado con Pasteur.
– ¿Y qué le decía usted, don José?
– Pues le decía –contestó el poeta– que toda esa partida de imbéciles que van a que les inocule el virus antirrábico, se curarían lo mismo sin ir».
Zorrilla volvió a dormirse, recostado en la silla de rejilla de su escritorio, y, a las tres menos diez de la mañana, «rindiose a la muerte el poeta que había de ser inmortal».

45.- En las primeras horas del 23 de enero de 1893, la noticia del fallecimiento de Zorrilla corrió como la pólvora y la Real Academia no tardó en acordar costear su entierro. Todo se organizó con diligencia. La capilla ardiente quedó instalada en el salón de actos de la Academia y muy diversas instituciones públicas, corporaciones literarias, científicas y artísticas, el mundo académico, la prensa, el elemento artístico, etc. enviaron coronas de homenaje. «Larguísima cola de admiradores y amigos se formó en la calle de Valverde, apenada no sólo de que España hubiese perdido un gran poeta, sino de que el Gobierno del señor Sagasta no hallase fórmula para rendirle el último y esplendoroso homenaje a que tenía derecho».

El día 25, el cortejo fúnebre se desplazó hasta el patio de Santa Gertrudis del cementerio de San Justo, «calculándose en doscientas mil el número de personas que asistieron al paso de la comitiva»; y, a las cinco de la tarde «el cuerpo del inimitable cantor de nuestras leyendas y tradiciones era sepultado».

46.- En vida, en distintas ocasiones y tanto en verso como en prosa, Zorrilla había manifestado su deseo de ser enterrado en su ciudad natal. En el testamento que otorgó en Valladolid, el 19 de enero de 1884, dejó dicho por ejemplo:

«3.ª El testador suplica al Excmo. Ayuntamiento de esta ciudad de Valladolid, y le autoriza para ello, que apenas ocurra su defunción, reclame su cadáver si muere fuera de su ciudad natal, y le dé sepultura en su cementerio […]. Sobre su sepultura no a de ponerse más que una losa de piedra común, y por único recuerdo esta inscripción: EL POETA JOSÉ ZORRILLA, hijo de Valladolid».

Sin embargo, cuando sobrevino su muerte, los acontecimientos se desbordaron y su multitudinario entierro se materializó en Madrid (25 de febrero de 1893). Así que hubo que esperar un tiempo (preceptivo) para inhumar los restos y llevar a cabo su traslado a Valladolid (1896). El Ayuntamiento vallisoletano, mientras tanto, colocó una lápida de mármol en la casa donde nació el poeta (28 de septiembre de 1895). La lápida, obra del escultor vallisoletano Dionisio Pastor Valsero, tiene el busto del poeta y la siguiente inscripción: «Aquí nació el eminente poeta don José Zorrilla. Año de 1817».

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