36.- De vuelta en Madrid, en los postreros días de 1876, Zorrilla retomó sus lecturas públicas, sus tentativas dramáticas y sus tratos con libreros y editores. Hubo quien le echó en cara no saber retirarse a tiempo, pero es innegable que sus lecturas en el Ateneo y en las mejores fiestas, veladas y reuniones del momento lo mantuvieron en el candelero poético y literario.
Su situación económica no era muy envidiable, para variar. «¿Cómo premia la patria los merecimientos de su esclarecido hijo? Hoy que la edad le agobia y el trabajo le fatiga, le ha retirado la modesta asignación con que vivía y lo ha abandonado a la miseria», se lamentaba su gran amigo José Velarde.
La cosa llegó a oídos del fundador y editor del periódico El Imparcial – Eduardo Gasset– y así fue como José Zorrilla comenzó a ganarse un dinero, publicando por entregas, en el suplemento semanal literario del rotativo –Los Lunes del Imparcial–, a partir del 6 de octubre de 1879, sus famosas memorias: Recuerdos del tiempo viejo.
37.- 1880, 81 y 82 los pasó José Zorrilla a temporadas viajando (Barcelona, Gerona, Zamora, Asturias, Cantabria, etc.) y a temporadas en Madrid, tratando de que se resolviese el asunto de la pensión que le tenía prometida el Gobierno. En junio de 1882 fue nombrado ‘Cronista oficial de Valladolid’ y en octubre de ese mismo año la Real Academia Española lo eligió como académico.
En la primavera de 1883, aún convaleciente de una enfermedad, volvió el poeta a viajar, en una desesperada gira ‘artística’ por las provincias de España, llevando su poesía y su voz: Valladolid, Bilbao, Pamplona, Zaragoza, Barcelona, Burgos, Palencia, León, Vitoria, Oviedo, Gijón, Avilés, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Orense y Vigo. Tenía 66 años y, aunque fue recibido en teatros y ateneos con aplausos y ovaciones, aquéllos fueron días tristes y duros en los que «No tengo una hora para descansar; ronco, cansado y falto de sueño, voy por ahí como un cuervo viejo».
38.- Zorrilla comenzó a cobrar su sueldo como ‘Cronista oficial’ de su ciudad natal en el verano de 1884 y en septiembre de aquel año viajó a Valladolid para hacer honor a su cargo. En la ciudad recibió los merecidos honores y su presencia contribuyó poderosamente a la brillantez con que se inauguró, algunas semanas después, el 31 de octubre, el teatro que en Valladolid lleva su nombre.
El Teatro Zorrilla fue inaugurado con la obra Traidor, inconfeso y mártir, de Zorrilla. Y, al terminar el tercer acto, el poeta, entre «ruidosas aclamaciones», subió al escenario y leyó su poesía «Nadie es profeta en su patria».
39.- Puede afirmarse que desde aquel septiembre de 1884 y hasta abril del 89, Zorrilla, cronista oficial de la ciudad, residió en Valladolid, aunque realizó frecuentes viajes. En mayo de 85, por ejemplo, el poeta viajó a Madrid para leer, ¡por fin!, su discurso de entrada en la Academia Española. Un discurso en versos endecasílabos: Autobiografía y autorretrato poéticos. El acto tuvo lugar el 31 de mayo de 1885 en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid, en un acto que, a decir de las crónicas del momento, fue brillantísimo, despertó gran expectación y a él no faltó «ninguno de los inmortales»: En Valladolid cumplió Zorrilla 70 años, el 21 de febrero de 1887. En aquellos días, en su ciudad natal, don José se hacía llamar ‘Pepe’ y frecuentaba los círculos literarios y periodísticos más jóvenes del momento. Y en el verano de aquel año, mientras su mujer tomaba los baños’ en Santander, él recibió la interesante visita del crítico francés Boris de Tannenberg, a quien hizo unas suculentas confesiones…
40.- En el verano de 1887, don José hizo de cicerone en su ciudad natal para el crítico francés Boris de Tannenberg, a quien acompañó en un recorrido por las principales joyas artísticas del lugar (la Antigua, la Catedral, San Pablo, San Gregorio, el palacio de Pimentel…). Zorrilla no dudó en manifestar, eso sí, que la ciudad de Valladolid «No es, por otra parte, de las más curiosas de España desde el punto de vista artístico; los turistas no encuentran gran cosa. Su mayor riqueza son los recuerdos a ella ligados…».
La pareja pasó por la casa natal del propio poeta: «Al paso, voy a mostrar a usted la casa donde yo nací; ahora está deshabitada y en lastimoso estado: siempre he tenido el proyecto de rescatarla algún día». Y fíjense qué cosa más curiosa le dijo nuestro paisano a su invitado: «Podría llevarle a usted a la casa de Cervantes, pero está muy lejos y no
tiene nada de particular. Está en venta y me la han ofrecido, no muy cara. La proposición me tentaba: el viejo Zorrilla terminando sus días en la casa de Cervantes…»