Concluía la década de los setenta y mis inquietudes adolescentes se diseminaban por el instituto de Bachillerato de Jávea (Alicante). Doña Pilar, profesora de Lengua y Literatura, se esforzaba por introducirnos en el maravilloso mundo de la lectura. Maravilloso, sí, pero poco transitado por los que formábamos aquel grupo de 2.º de BUP. Una hora semanal de sus clases la dedicaba a la lectura en voz alta. Un alumno tras otro íbamos leyendo la lectura escogida. La primera fue El camino. Pese a nuestras más que deficientes condiciones para una correcta lectura en voz alta, a mí aquella historia me cautivó. No solo me animó a la lectura. Me abrió la puerta al mundo Delibes y me colocó en el umbral. Decidí entonces leer por mi cuenta La sombra del ciprés es alargada. Simplemente porque me llamó la atención el título. Sé que no es una de las novelas de las que don Miguel se sentía más satisfecho, pero para mí supone el primer recuerdo de un gran estremecimiento literario. La primera vez que puedo recordar haberme sentido íntimamente impresionada por una novela. A partir de ahí vendrían muchas lecturas: Las ratas, Mi idolatrado hijo Sisí, Aún es de día… y tantas otras. Hasta el nuevo gran estremecimiento. El que me provocó la lectura de El hereje, para mí una obra maestra. Miguel Delibes es mi autor favorito. Sin duda, el que más feliz me ha hecho: tierno en la desolación más absoluta y con una visión siembre esperanzada del ser humano.