[…] Un desastre. […] La primera pregunta la hizo él: “¿Tiene usted algo que ver con Valentín García Yebra?”. Le dije la verdad: no. A los demás entrevistados les mentía. Como todos me preguntaban lo mismo, a unos les decía que era mi hermano mayor, a otros que un tío lejano. Pero a Delibes no le mentí. Era una persona que transmitía verdad, y a las personas que transmiten verdad hay que tomarlas en serio. […] Hasta aquí, bien. Lo peor vino a continuación. […] Fue lamentable. Estábamos sentados en el salón: él en una butaca y yo en el tresillo. Enfrente, la estantería con todos los libros de la colección Áncora y Delfín. Le miré a los ojos y lancé la pedrada: “¡Cómo consintió que destrozaran La sombra del ciprés con esa bazofia de película!”… ¿Tú ves esas tortugas que tienen el cuello tieso y que, de repente, se les empieza a encoger hasta desaparecer en el caparazón? Tal cual Delibes. […] Fue escueto. Dijo algo así como que cedió los derechos y, a partir de ahí, “me desentendí del proyecto”. Y en esa frase nos quedamos colgados. Luego hubo un silencio, los dos a la espera… Me costó remontar. […] En un momento dado hablamos de Proust. Dijo que había empezado a leer a este autor en la traducción de…, no se acordaba del nombre. Le ayudé: Pedro Salinas. Fue decir Salinas y el color de la entrevista cambió. Debió pensar que quien tenía enfrente no era un gilipollas, pues esa fue mi carta de presentación. […] Luego nos soltamos y la conversación fue a más. La segunda entrevista estuvo aún mejor. Y la tercera fue cuando me dijo que me sentara a su lado para hacernos una foto juntos. Lo sentí como un espaldarazo; a partir de ese momento me enviaba sus libros dedicados. A Delibes había que ganárselo, no era como esos andaluces que enseguida te echan el brazo por el hombro y te cuentan un chiste.