Así conocí a Delibes

24 julio, 20201992, Feria de Libro Madrid. Un amigo conocedor de mi pasión me llamó para decirme que Delibes estaba firmando. Lo dejé todo y subí como un rayo, con Diario de un cazador y los Santos Inocentes bajo el brazo. Compré La hoja roja y, tras el saludo, comenzamos a hablar de caza y brotó el invisible vínculo entre los dos, el maestro y el ansioso aprendiz. En el ínterin los de la editorial me miraban mal por robarles tiempo, pero Delibes y yo seguimos a lo nuestro con la caza y el campo. Le pedí el favor de firmar los otros dos libros y accedió amablemente. Al final dedicó los tres. Ahora no tienen precio, ahora son unos “incunables”. Yo, que comencé a leer y a cazar por mi tío Luis y por Delibes, allí frente a D. Miguel, absorto, sobrepasado, unido ya definitivamente a él y a Pucela, al Barbas y al Mochuelo, a Paco el bajo y al Azarías, a todos. Años después le escribí a El Norte de Castilla y le pedí que se acercara a cazar con nosotros a La Cabeza de Béjar, al pequeño y humilde pueblo de Salamanca; me respondió que su salud, piernas y reflejos ya no se lo permitían, se me partió un trozo del alma. Dios, qué no habría dado yo por una jornada cinegética juntos: caza, perros, almuerzo, lumbre y tertulia para compartir aquello que amamos y también nuestro común pesimismo, que hasta eso nos unía. A mí, que sin ser nada de Delibes, hubo personas que me dieron el pésame cuando se nos fue; quizá porque todavía hoy me soportan hablando con pasión de su persona, de su personalidad, de sus perros y cazatas, y, cómo no, de él y de su literatura. Siempre en el corazón D. Miguel, para siempre a mi lado. [...]
22 julio, 2020Corría el año 1984 y Elisa Delibes se acercó a mi despacho, Agencia Inmobiliaria, y me encargó la gestión de alquiler de una vivienda de su padre. Se interesó un joven matrimonio. Después de ver la vivienda, negociar precio y condiciones, cerramos el alquiler y quedamos para firmar seis días más tarde. El día señalado acudió don Miguel acompañado de su hija Elisa. Muy atento y cordial, les preguntó: “¿Cómo tan jóvenes os disponéis a afrontar la vida?“. Con respeto y admiración a don Miguel, al que acababan de conocer, el marido dijo: “Pues sí, don Miguel, jóvenes pero con mucha ilusión de emprender la vida juntos, aunque ahora con escasos recursos”. Al oír su respuesta, don Miguel me miró y también a Elisa, y dijo: “Luis, la renta que les habéis puesto, deberíais ajustarla algo a la baja, están empezando y al principio se les hace más duro”. Yo le repuse: “Don Miguel, el precio se negoció de acuerdo con Elisa. Está cerrado. Es un precio inferior al de mercado en la zona, casi por la renta que ellos propusieron, así lo aceptaron y entiendo que no se debería tocar”. Los inquilinos, conscientes y sabedores de haber conseguido un buen precio, agradecieron a don Miguel su generosidad y no se rectificó la renta. Nuestra sorpresa fue cuando, una vez satisfecha la renta del mes y la fianza, don Miguel, separó una mensualidad y les dijo: “Tomad, os devuelvo la fianza y así tendréis para gastos iniciales”. Muy sorprendidos por el espléndido gesto, que agradecieron repetidamente, se fueron más contentos que unas pascuas. Esta anécdota refleja la calidad humana de don Miguel. Persona muy cercana y comprometida con las necesidades humanas y ambientales, generoso con la gente llana del pueblo castellano, al que conocía muy bien. Poco interés por escalar puestos honoríficos sujetos a adulaciones gratuitas. Magnífico conversador. Cazador sostenible y ecologista de rango natural. [...]
20 julio, 2020Durante uno de los habituales paseos dominicales por el Campo Grande, mi padre me cuchichea en voz baja: “Fíjate en ese señor que está sentado en ese banco”. Se trataba de un señor con una gorra inglesa que leía tranquilamente un periódico. Lo miré de reojo al llegar a su altura, él ni se inmutó, y algunos pasos después, mi padre me preguntó: “¿No sabes quién es?” Obviamente, a mis seis o siete años de entonces no tenía la más remota idea. “Es Miguel Delibes”, me dijo, “me examinó en la Escuela de Comercio. ¿No te has fijado en los libros del salón?”. Al regresar a casa pude comprobar que, efectivamente, teníamos (y aún conservamos) cuatro tomos encuadernados en piel de Ediciones Destino con el único título de Obra completa. Con el tiempo, sus obras han ido llenando varios estantes de nuestra librería. Los domingos siguientes tuvieron el aliciente de intentar volver a localizarlo, probablemente volviera a verlo, pero pronto me olvidé de aquel señor tan ensimismado en su lectura. Por supuesto, al ir pasando los años y superando cursos académicos, entendí mucho mejor la relevancia del escritor. Ya de joven volví a cruzarme con él en alguna sesión de la Seminci. Con la perspectiva del tiempo, a veces pienso, ¡¡qué oportunidad perdida!! Hoy sí me hubiera atrevido a decirle algo. El bromista azar hizo que, siendo ya profesor universitario, tuviera en una de mis aulas como alumno de matemáticas de la titulación de Informática de Gestión, a uno de sus nietos. ¿Se cruzarán de nuevo nuestros presentes o futuros descendientes alguna vez? [...]
18 julio, 2020Conocí a Delibes desde mi primera edad y en diferentes circunstancias. Conocí a Delibes como vecino del paseo de Zorrilla y, en seguida, como hombre conocido y respetado. También como padre de Miguel y Elisa, amigos míos; como escritor reverenciado cuando comencé a andar entre libros. Y, finalmente, como periodista en “El Norte de Castilla” que dirigía Fernando Altés por aquel entonces. Mi tiempo de redactor durante unos pocos años coincidió con el momento álgido del cierre de la Universidad y FASA, el asesinato de Carrero Blanco y la caída del Régimen. Formaban en aquella redacción: Antón –como redactor jefe–, Salcedo, Pastor, Criado, Rodicio, Valiño, Losada y Rodero, que recuerde a bote pronto. Yo era el más joven, y el más novato. Al poco de mi incorporación y al principio de una noche, larga como todas, Antón me dijo que me pusiera al teléfono, que me llamaba Delibes. Que lo cogiera en su mesa. Se hizo un silencio un tanto particular que yo no supe interpretar muy bien e hice mi recorrido hasta la mesa de Antón con preocupación creciente. “Pero qué querrá este hombre”, pensaba para mis adentros. Lo que quería Delibes era dictarme un artículo de caza con todas las precisiones terminológicas y demás de las que él era tan capaz. En fin, que lo que quería era examinarme. Al final de la conversación, me mandó que le leyera el texto y debí de aprobar, pues no hubo corrección alguna por su parte. En aquel tiempo, mal que bien, yo me examinaba mucho y lograba ir aprobando. Ya se encargaría la vida, después, de suspenderme a fondo. Él no, él me aprobó con nota. Siempre fue muy cariñoso conmigo. Creo que con todos. [...]
16 julio, 2020Allá por el año 1967 tenía yo 23 años y estaba en el bar “La Taquita” de Valdestillas (Valladolid), cerca de la estación, en una tarde otoñal de domingo, esperando a mi novia. Eran las cinco de la tarde y estaba charlando con el “Tío Pequero”, cuando entraron en el bar tres cazadores con sus escopetas y zurrones. De los tres cazadores, uno era alto y flaco, con visera; otro algo más bajo y con algún kilo más; y el tercero más bajo y con hombros más anchos. Llevaban colgadas varias piezas de caza de sus cintos. Al ver entrar a los cazadores, el Tío Pequero se levantó y con la mano tendida les saludó y dijo: “¿Qué tal, Miguel, la caza?”. Y el tal Miguel respondió: “Ya puedes ver, hemos estado en Monte Blanco”. Al domingo siguiente entré como de costumbre en el bar y pregunté al Tío Pequero por los cazadores del domingo anterior y si el más alto era don Miguel Delibes. Me contestó que sí y empezó a decir que él había sido el que le había enseñado a cazar. Llegué a ver a don Miguel Delibes alguna vez en la calle Santiago y en la Acera de Recoletos, pero nunca cruzamos palabra alguna, salvo el día en que le conocí en el bar “La Taquita”. [...]
14 julio, 2020A finales de noviembre de 1981, yo compatibilizaba mis estudios de Medicina con un trabajo nocturno como celador de Urgencias, en el Hospital Clínico de Valladolid. En la planta décima estaba aquellos días ingresado el gran pintor y dibujante Art Deco vallisoletano Eduardo García Benito, y durante unos días, a primera hora de la noche, mis compañeros y yo vimos pasar por delante de nuestra garita a Miguel Delibes, que acudía a acompañar a su amigo hasta la mañana siguiente. García Benito falleció el 1 de diciembre y recibimos aviso para que subiésemos a retirar el cadáver de la habitación y lo bajásemos a la morgue. Un compañero y yo acudimos a planta, dispusimos el traslado de la cama en la que yacía García Benito y, cuando nos dirigimos al ascensor de servicio hospitalario, Miguel Delibes entró junto a nosotros. En silencio, iniciamos el descenso desde la décima planta y, como de madrugada en el hospital apenas había actividad, el trayecto lo hicimos sin ninguna parada. Cuando esto ocurría, el ascensor se aceleraba y parecía coger “bastante” velocidad. Además, la cabina descendía como a trompicones, así que la cama y el difunto García Benito subían y bajaban rítmicamente. Delibes parecía asustado y mi compañero y yo, que sabíamos perfectamente quién era nuestro acompañante, procuramos infundir tranquilidad a la situación, sujetando la camilla con la mayor naturalidad. Entonces, uno de los tumbos que dio el ascensor fue algo más brusco y Delibes, que estaba realmente pálido, nos preguntó con cierta ansiedad: “Normal, ¿verdad?”. Finalmente, con un último empellón, el ascensor se detuvo en la planta baja. Se abrieron las puertas. Delibes se despidió del amigo santiguándose; y de nosotros con un recio: “Buenas noches, señores”. [...]
12 julio, 2020Conocí a Miguel Delibes a través de mi abuelo Francisco García López, conocido después en la ciudad de Valladolid como el guitarrista Paco, el minero. Estudió en la Escuela de Comercio y para él, don Miguel no era más que un simple mentor de lecciones teóricas: era un modelo a seguir y llevó a rajatabla su filosofía de vida. Para mí, humildemente, mi abuelo siempre ha sido una extensión de la persona que fue Miguel. Fue también un ferviente amante de la Naturaleza, de su Castilla y, cómo no, del conocimiento. E incluso llegó a crear sus propias palabras como hacía don Miguel. Más tarde, tras la muerte de mi abuelo, tiempo después de aquellos largos paseos por el campo y de nuestras meriendas, comencé a adentrarme en el mundo de Delibes: devoré todos sus libros y comprendí mucho más quién era mi abuelo. Por aquellos años, yo estudiaba en el IES Ramón y Cajal de Valladolid, donde su hija Elisa impartía clases de Lengua y Literatura, pero jamás me atreví a cruzar una palabra con ella, ya que me apesadumbraba más la muerte de mi abuelo que el hecho de ser valiente y haber compartido unas palabras sobre su padre con ella. Actualmente, estoy estudiando para ser guionista y hasta que un buen día me preguntaron sobre mis influencias literarias a la hora de escribir, no me di cuenta de que Miguel Delibes formaba parte de mí de una forma tan intrínseca. Dicen que una persona no muere si sigue viva en nuestra memoria y para mí no hay mejor legado que el de don Miguel Delibes Setién y mi abuelo Paco. [...]
9 julio, 2020Era un domingo de verano de hace unos cuantos años. Veraneaba en Sedano y cogí la bicicleta para ir a la misa del pueblo de Moradillo de Sedano. Dejé la bici apoyada en el moral que hay a la entrada y llegó D. Miguel quien, al verla, me preguntó: “¿Es Vd. aficionado al ciclismo?”. Le respondí que sí, me contestó que él también y añadió: “Veo que es bici de carrera. Mis hijos también son aficionados, incluso una carrera que organizan en Sedano, con ida y vuelta a Covanera, en la que participaban los juveniles de Burgos, la ganó mi hijo Juan”. Me lo contó muy orgulloso y, volviéndose hacia la iglesia, dijo: “Qué maravilla de pórtico, me gusta venir a misa a esta iglesia de San Esteban porque es una obra de arte”. [...]
6 julio, 2020Allá por el año 1967 tenía yo 23 años y estaba en el bar “La Taquita” de Valdestillas (Valladolid), cerca de la estación, en una tarde otoñal de domingo, esperando a mi novia. Eran las cinco de la tarde y estaba charlando con el “Tío Pequero”, cuando entraron en el bar tres cazadores con sus escopetas y zurrones. De los tres cazadores, uno era alto y flaco, con visera; otro algo más bajo y con algún kilo más; y el tercero más bajo y con hombros más anchos. Llevaban colgadas varias piezas de caza de sus cintos. Al ver entrar a los cazadores, el Tío Pequero se levantó y con la mano tendida les saludó y dijo: “¿Qué tal, Miguel, la caza?”. Y el tal Miguel respondió: “Ya puedes ver, hemos estado en Monte Blanco”. Al domingo siguiente entré como de costumbre en el bar y pregunté al Tío Pequero por los cazadores del domingo anterior y si el más alto era don Miguel Delibes. Me contestó que sí y empezó a decir que él había sido el que le había enseñado a cazar. Llegué a ver a don Miguel Delibes alguna vez en la calle Santiago y en la Acera de Recoletos, pero nunca cruzamos palabra alguna, salvo el día en que le conocí en el bar “La Taquita”. [...]
3 julio, 2020Mis hermanos y yo conocimos a Miguel Delibes a finales de los años 70 gracias al trabajo de mi padre, Luis Valle Olivares, quien, además de su trabajo como encargado de un almacén, trabajaba en casa, transcribiendo a máquina, primero manual y luego eléctrica, artículos, tesis, tesinas y libros a profesores de la Universidad de Valladolid, y también a D. Miguel Delibes y a uno de sus hijos, Germán. Todos ellos acudían a casa a llevar sus documentos manuscritos . Miguel Delibes era uno más de este grupo, que se caracterizaba por su sencillez y educación. Él llevaba sus borradores de artículos y futuras novelas. Cuando eran artículos, recuerdo que los escribía en cuartillas y con una letra que al menos la calificaba de poco “legible”, pero ahí estaba mi padre, que la entendía sin ningún problema, al igual que mi madre que le dictaba, con el objeto de intentar acabar todos los trabajos con antelación a la fecha concertada de entrega. Cuando se trataba de los borradores de lo que serían sus novelas, D. Miguel escribía en folios. En la gran mayoría de las ocasiones acudía en persona a nuestra casa frente al antiguo Matadero, lo que le permitía darse un paseo. Y nunca se limitó a encargar un trabajo; siempre dedicaba un rato a la charla distendida con mis padres, lo que permitió forjar una relación de amistad, admiración y respeto hacia su persona que se extendió a lo largo de los años. Cuando el tiempo le apremiaba, y con el objeto de que dispusiese del trabajo cuanto antes, uno de mis hermanos se lo acercaba a su casa. Era tal el cariño y la cordialidad que Miguel Delibes dispensaba a mis padres y a nosotros que, siempre que concluía un trabajo, dedicaba un rato de su tiempo para llevarnos uno de sus libros, dedicados, con unas palabras entrañables que reflejaban esa relación. Más de veinte libros dedicados y cartas dirigidas a mi padre, ocupan un lugar muy destacado en nuestra casa y en nuestras vidas. [...]
1 julio, 2020No recuerdo muy bien cuándo, pero recuerdo verle por la calles de Valladolid con su cazadora y su gorra. Para mí era un gran orgullo como vallisoletana. En mis años de asidua a la Seminci, en que aprovechaba las mañanas para ver cine diferente del que se veía en las salas comerciales, recuerdo haber compartido cola con él, en eso también era un vallisoletano más. Seguramente tendría una entrada mucho mejor por la tarde, sin tener que esperar, pero prefería madrugar y ser también un espectador más.    También conocí a Delibes a través de sus personajes. Por pequeños que fueran, eran personajes dotados de una dignidad que compartían con su creador. Daniel, el Mochuelo y sus amigos Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso, y la Uca Uca, la niña que seguía a Daniel como una sombra, y los demás habitantes de su valle; Quico, el príncipe destronado; Carmen Sotillo; El Nini; El señor Cayo; El Azarías; y tantos otros.   Conocí las opiniones de Delibes a través de sus artículos en su periódico: El Norte de Castilla. Siempre leía sus colaboraciones con avidez, era un sabio. Luego conocí a un Delibes mayor, en mis veranos como profesora en los campamentos de verano en Sedano. Alguna vez le encontramos cuando volvíamos de excursión e interrumpíamos su paseo con una gran fila de niños bulliciosos.    Otras veces le veíamos del brazo de alguno de sus hijos en nuestros paseos sin niños, después de las clases. Recuerdo la última vez que le vimos al anochecer por el medio de la carretera que atravesaba el pueblo. Iba solo, probablemente salió a disfrutar, sin que su familia se diera cuenta, de un paseo en libertad. Yo pensé en el peligro que corría de que alguien no le viera y le atropellara, pero también pensé que tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera. Cuando llegamos a su altura nos dimos las buenas noches y él entró en su casa. Aunque nunca me atreví a abordarle, me sentí orgullosa de haber saludado a alguien a quien admiraba profundamente.  [...]
1 julio, 2020La cafetería Sofraga ocupa una parte de lo que fue el palacio de los Águila, recio edificio de sillería que se embute al lienzo de la muralla.   Se suele resaltar -de la ciudad de Ávila- su misticismo, su recogimiento, su introversión. Esto es solo una realidad literaria; la realidad real es bien otra. Fue una ciudad levantisca y guerrera, desde Raimundo de Borgoña hasta el alcalde Ronquillo, pasando por toda la hueste de los Dávila. De hecho, su arquitectura civil impone más que la religiosa. El siglo XVI -siglo de oro de la urbe- dejó un ramillete de palacios que te dejan boquiabierto.   La cafetería, en la zona del jardín, posee un cobertizo acristalado con infrarrojos; esta calefacción te mantiene a resguardo del clima, aun en los días gélidos. Lo más sobresaliente de las terrazas caldeadas es que se puede fumar (y vocear). Aquí, por las mañanas, viene José María a escribir. Primero bosqueja sus poemas (más bien los dibuja con esa letra tan suya que recuerda a la de Santa Teresa) y luego recibe a los amigos.   Enciendo un cigarro, me pongo las gafas, pido un ron con hielo y sacó el bloc de notas. “Donde hay creación ha de correr el humo y el alcohol”, decía Manu Leguineche. También pronunció esta otra frase que me sirvió de titular: “Las redacciones de los periódicos se parecen cada vez más a los hospitales”. Es verdad: en cuanto cambiamos las pesetas por euros -allá por el año 2000- ni un ruido, ni una palabra malsonante, ni una voz más alta que la anterior. Ni siquiera el runrún de la radio, pues las noticias comenzaban a parirse en los ordenadores.   Si a la vida periodística no le metes un poco de caos, un poco de improvisación, un poco de sal y pimienta, se convierte en burocracia; en insulsa burocracia y en un corta y pega. Leguineche, Umbral, Jiménez Lozano, César Alonso de los Ríos, el padre Martín Descalzo… Todos ellos se hicieron periodistas -grandes periodistas y grandes escritores- con ruido, alcohol y el magisterio de Miguel Delibes.   Le cuento a mi cicerone que Elisa Delibes, profesora de Lengua y Literatura y presidenta de la Fundación Miguel Delibes, me confesó que su padre le prohibió leer La sombra del ciprés.   -Prohibir -matizo- no sería exacto. La disuadía. A sus hijos les recomendaba todos sus libros, excepto ese.   -¿Te explicó el motivo?   -Sí, que era un libro muy pesimista y desesperanzado, pero yo creo que hay una razón más profunda.   -¿Cuál?   Bebo un trago de ron y entorno los ojos para crear un poco de suspense.   -Yo creo que Delibes, inconscientemente, emprende en esta novela un striptease emocional. Se mira muy hondo y, con el tiempo, no le gusta ese espejo; por tanto no desea que sus allegados le vean como un aguafiestas. Coloca las cartas boca arriba y esas cartas las percibimos los lectores, no las disimula. Le sale así porque aún no domina la técnica literaria, no es dueño de los recursos estilísticos con los que luego se va a ocultar. El arte es camuflaje, y en esta novela hay poco arte y mucho muñón en carne viva. El Delibes del ciprés es un Delibes en pelota picada, por fuera y por dentro. Elisa me dijo que leyó la novela una vez muerto el padre.   -¿Le gustó?   -Sí…. Más o menos.   Le doy otro lingotazo al ron y enciendo un cigarro.   Me estoy acordando -comienzo a reírme -de la primera vez que le entrevisté.   -¿Qué ocurrió?   -Un desastre.   -¿Qué le preguntaste?   -La primera pregunta la hizo él: “¿Tiene usted algo que ver con Valentín García Yebra?”. Le dije la verdad: no. A los demás entrevistados les mentía. Como todos me preguntaban lo mismo, a unos les decía que era mi hermano mayor, a otros que un tío lejano. Pero a Delibes no le mentí. Era una persona que transmitía verdad, y a las personas que transmiten verdad hay que tomarlas en serio. Le dije que hubo feeling por la coincidencia de los apellidos, por nuestro origen común, El Bierzo, y por la proximidad de nuestras fechas de nacimiento: él un 28 de abril y yo un 29. Delibes me dijo que qué más; le detallé, entonces, la visita que hice a don Valentín cuando veraneaba en su pueblo, Lombillo de los Barrios. Hasta aquí, bien. Lo peor vino a continuación.   Apuro el ron… Río y me atraganto.   -¿Tan gracioso fue?   -Fue lamentable. Estábamos sentados en el salón: él en una butaca y yo en el tresillo. Enfrente, la estantería con todos los libros de la colección Áncora y Delfín. Le miré a los ojos y lancé la pedrada: “¡Cómo consintió que destrozaran La sombra del ciprés con esa bazofia de película!”… ¿Tú ves esas tortugas que tienen el cuello tieso y que, de repente, se les empieza a encoger hasta desaparecer en el caparazón? Tal cual Delibes. En mis talleres de periodismo elijo esta anécdota como ejemplo de por donde no hay que comenzar una entrevista. La agresividad queda bien en Atila, no en un aprendiz de entrevistador. Si pretendes que el entrevistado se abra y coja confianza hay que comenzar por el lado opuesto: amabilidad y hacerte un poco el lerdo.   -¿Qué respondió?   -Fue escueto. Dijo algo así como que cedió los derechos y, a partir de ahí, “me desentendí del proyecto”. Y en esa frase nos quedamos colgados. Luego hubo un silencio, los dos a la espera… Me costó remontar.   -¿Por dónde encarrilaste?   -En un momento dado hablamos de Proust. Dijo que había empezado a leer a este autor en la traducción de…, no se acordaba del nombre. Le ayudé: Pedro Salinas. Fue decir Salinas y el color de la entrevista cambió. Debió pensar que quien tenía enfrente no era un gilipollas, pues esa fue mi carta de presentación.   -La película fue un fiasco.   -Sí, pero se puede decir de muchas maneras. Escogí la peor. Luego nos soltamos y la conversación fue a más. La segunda entrevista estuvo aún mejor. Y la tercera fue cuando me dijo que me sentara a su lado para hacernos una foto juntos. Lo sentí como un espaldarazo; a partir de ese momento me enviaba sus libros dedicados. A  Delibes había que ganárselo, no era como esos andaluces que enseguida te echan el brazo por el hombro y te cuentan un chiste.  [...]
1 julio, 2020Era una mañana fría del invierno salmantino. Un servidor, entonces estudiante de Filología Románica, caminaba por la calle “la Rúa” camino de Anaya, cuando, al torcer por la puerta de la iglesia de San Sebastián, vi por primera vez al hombre que habría, indirectamente, de determinar del devenir de mi vida. Miguel Delibes.    Me pareció entonces alto y delgado, bien peinado, abrigo largo, camisa blanca, corbata, y en la mano izquierda no sé si era libro o carpeta lo que sostenía. El caso, ya saben, es que poco antes yo me había quedado embelesado leyendo “Diario de un cazador”, que una gentil amiga me había regalado. Tan embelesado que había decidido que mi vida sería cazar y escribir de caza. Para rematar la faena tenía delante al señor que con su prosa había decidido mi futuro.    Interpelé su conversación con D. Fernando Lázaro Carreter y con D. César Real de la Riva, ambos profesores míos; pero tan amable él, me dijo “¿Y qué haces aquí?” “Estudio Filosofía y Letras”…etc. Quedamos en que le contaría mis cacerías tras cada media veda y cada temporada. Y así fue durante un buen puñado de años.    Después de Salamanca, él en Valladolid y yo en Cáceres. Pregúntenle a Ramón García Domínguez cómo era aquel señor que paseaba con él por Campo Grande. Yo luego a beberme todos los libros suyos, y no digamos los de caza. En el 62 salió “Las ratas” y en el 64 “El libro de la caza menor”, por ir nombrando alguno de entre los suyos. A ver si “el Nini” y “el Ratero” no eran consumados cazadores en el entorno de esa novela magistral.    De “El libro de la Caza menor” habría tanto que decir que lo voy a dejar en una anécdota. Corría el año 83 y en la ciudad de Cáceres se celebraba un congreso de no sé qué. Uno de los ponentes, o conferenciantes, era nuestro amigo epistolar el Señor Delibes. Por aquel entonces un servidor era ya profesor de Lengua y Literatura, para alumnos de bachillerato, en un centro de dicha ciudad, y en cuanto pudo dejó su tarea y se fue a ver a su mentor caza-literario, que a eso de las once y pico a.m. estaba firmando libros en determinado local.    “¿Qué tal Don Miguel?”. Me miró, pensó y, al cabo de un par de minutos, cayó en la cuenta. “¡Hombre, el estudiante de Salamanca!”. Yo llevaba, para que me lo dedicara, el dicho “Libro de la Caza Menor”; me lo dedicó y salimos a la calle. Estuvimos paseando por el Paseo de Cánovas y echamos un cafelito en un kiosko antiguo.    Hay quien ha dicho por ahí que Delibes tenía cierta tristeza y algún mal humor. El que lo diga él sabrá por qué. Lo de tristeza lo entiendo, que ya entonces había perdido parte de su corazón (Ángeles); pero en el rato largo que estuvo conmigo paseando, charlando y fumando lo hizo como un padre para mí, lleno de sencillez y bonhomía. No digamos en el montón de cartas suyas, en la que no hay ni una palabra desagradable para nadie.    Aquel año 64 apareció “Viejas historias de Castilla la Vieja”, en cuya edición del 69 incluyó “La caza de la perdiz roja”.    En el 70 sus reflexiones cinegéticas, amenizadas con un buen número de peripecias y anécdotas, nos las ofreció en una obra sencilla y deliciosa para todo aficionado, no sólo a la caza, sino a la prosa ejemplar. Me refiero a “Con la escopeta al hombro”. Pero algo que intuía ya en escritos anteriores, y que venía anunciando y denunciando, aquí lo manifiesta claramente y sin cortapisas: El inexorable declive de las especies silvestres y el abuso de los nuevos métodos “técnicos” para la consecución de las piezas cazables. Lo escribe clara y directamente: “El progreso, para la caza, es regreso”. En el último capítulo de este libro de reflexiones, titulado “La técnica y la caza” lo dice meridianamente: “Ya Ortega dejó sentado que la caza nos torna primitivos. Esta es su esencia. Quítesele al caza este retorno a la rusticidad, a la selvatiquez, y se quedará en nada”.    Su diario de caza, “Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo” apareció en el año 77, pero trata de las temporadas de caza entre el año 71 y el 74. Un verdadero primor para los que compartimos con él los avatares de andar por ahí, a la intemperie, buscando esas pinceladitas de felicidad que decía Ortega. Y además nuevos personajes-cazadores fueron apareciendo en sus relato de las jornadas de caza, y esta vez no de ficción sino reales: Miguel hijo, Germán, Juan, Adolfo, Manolo Grande etc, a los cuales volveríamos a encontrar en diarios futuros. Tardó tres años en publicar aquel diario, pero es que precisamente en el año 74 le vino encima el negro nubarrón de la pérdida de su querida Ángeles.    Salieron más libros y otros títulos de caza en los que ya dejaba ver la desazón del cazador que ve cómo unas y otras especies de caza menor disminuyen de forma alarmante.    Hace muy poco, Juan Delibes me contó que, en los últimos años, en los que ya no podía ser cazador activo, seguía muy interesado, y apasionado, por todo lo referente a la caza y hacía que él y sus otros hermanos cazadores le contaran dimes y diretes de los lances en los que participaban.    Hace ya ocho años, en una madrugada desangelada del marzo, andaba yo caminando por esos andurriales de Norba, cuando alguien me llamó y me dio la noticia de su último viaje. No por no esperada dejé de sentir el golpe. Hube de sentarme un rato a que el viento frío de poniente calmara el desasosiego que me atenazaba entre pecho y garganta.    Con frecuencia, y para que no se me olvide nunca lo que ha significado Miguel Delibes, abro “El libro de la caza menor” y leo la dedicatoria: “A mi joven amigo cazador Salvador Calvo, con un abrazo”.   [...]
30 junio, 2020No olvido el periplo que compartí con Miguel Delibes como conferenciantes al alimón por Holanda, del que él dejó testimonio en su libro de 1982 Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos. Ya nos conocíamos previamente, y yo era un empedernido lector suyo, pero entonces tuve la oportunidad de oro de convivir con el escritor durante varios días. Además de nuestras conferencias en las asociaciones hispánicas y universidades, tuvimos tiempo de almorzar en La Haya con el embajador de España Ramón Sedó y de visitar los pólders, que a Miguel, tan atento siempre a las cuestiones medioambientales, le interesaron mucho. El día que llegué en avión a Ámsterdam él ya estaba en el hotel. Había venido en coche con su hija y su yerno, de modo que llevaba al menos dos días fuera de casa. Era domingo y después de saludarnos me preguntó ansioso: ¿Ha ganado el Valladolid? [...]
25 junio, 2020No recuerdo muy bien cuándo, pero recuerdo verle por la calles de Valladolid con su cazadora y su gorra. Para mí era un gran orgullo como vallisoletana. En mis años de asidua a la Seminci, en que aprovechaba las mañanas para ver cine diferente del que se veía en las salas comerciales, recuerdo haber compartido cola con él, en eso también era un vallisoletano más. Seguramente tendría una entrada mucho mejor por la tarde, sin tener que esperar, pero prefería madrugar y ser también un espectador más. También conocí a Delibes a través de sus personajes. Por pequeños que fueran, eran personajes dotados de una dignidad que compartían con su creador. Daniel, el Mochuelo y sus amigos Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso, y la Uca Uca, la niña que seguía a Daniel como una sombra, y los demás habitantes de su valle; Quico, el príncipe destronado; Carmen Sotillo; El Nini; El señor Cayo; El Azarías; y tantos otros. Conocí las opiniones de Delibes a través de sus artículos en su periódico: El Norte de Castilla. Siempre leía sus colaboraciones con avidez, era un sabio. Luego conocí a un Delibes mayor, en mis veranos como profesora en los campamentos de verano en Sedano. Alguna vez le encontramos cuando volvíamos de excursión e interrumpíamos su paseo con una gran fila de niños bulliciosos. Otras veces le veíamos del brazo de alguno de sus hijos en nuestros paseos sin niños, después de las clases. Recuerdo la última vez que le vimos al anochecer por el medio de la carretera que atravesaba el pueblo. Iba solo, probablemente salió a disfrutar, sin que su familia se diera cuenta, de un paseo en libertad. Yo pensé en el peligro que corría de que alguien no le viera y le atropellara, pero también pensé que tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera. Cuando llegamos a su altura nos dimos las buenas noches y él entró en su casa. Aunque nunca me atreví a abordarle, me sentí orgullosa de haber saludado a alguien a quien admiraba profundamente. [...]
24 junio, 2020Buenos días: He oído hoy, domingo 19 de marzo de 2020, en el programa de Jaime Cantizano “Por fin no es lunes” su iniciativa. El presentador ha comentado que a él le marcó el libro El príncipe destronado. A mí fue El camino. Lo leería con once años (más o menos) y fue el primer libro “de mayores” que leí, tras haber devorado todo de Enid Blyton y colecciones de cuentos que había en casa. Literal y literariamente, me abrió un camino que no he abandonado nunca. Y además es un libro que regalo a jóvenes en cuanto puedo, a ver si hay suerte y se vuelven “caminantes”, como yo. Guardo como uno de mis mejores recuerdos de adolescente haberle visto por la plaza de Zorrilla. [...]
23 junio, 2020Yo no conocí a Delibes en persona, pero sí su alma a través de su obra. Lectora ávida desde niña, odiaba que me impusieran lecturas, pero reconozco mi ignorancia porque, aun siendo paisanos, no había leído nada de él, pecado imperdonable por cierto. En 2.º de BUP, la profesora de Literatura nos mandó leer La sombra del ciprés es alargada y, jurando en arameo por obligarme, me puse a ello, deseando hacer después un trabajo mordaz sobre el libro y la imposición. Craso error, don Miguel se guardaba un as en la manga y, tras la reticencia inicial, acabé leyendo toda su bibliografía. Por supuesto, no lo reconocí hasta años después, que con 15 años no iba a permitir que mi profesora ganase el pulso. [...]
22 junio, 2020“No trabajo, no escribo, no viajo, no cazo (…)”. Así me escribía Miguel Delibes en su primera carta de 25 de febrero de 2002. Andaba yo por entonces preparando la tesis doctoral sobre su lenguaje rural. Necesitaba de su ayuda con algunas palabras. Me había embarcado en la inmensa tarea de dar con el significado de las más de 300 palabras rurales que aparecían en sus libros pero de las que no se daba cuenta en el diccionario de la RAE. Pueblo a pueblo, con paciencia, me había recorrido varias de las localidades vallisoletanas más frecuentadas por él: Quintanilla de Onésimo, Peñafiel, Villavaquerín, Castrillo-Tejeriego, Villafuerte de Esgueva… Pegaba la hebra con unos y otros, en residencias y casas particulares. Pero tuve que recurrir al propio Delibes para consultarle una treintena de palabras. Carta por carta, ¡hasta 19!, en las que me fue respondiendo a todas mis dudas. No hubo palabra, por rara que fuese, que se le resistiera. Con un trato exquisito hacia alguien que no conocía de nada, dio luz a las últimas palabras rurales de su narrativa y pude finalmente escribir mi Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes. El anciano Delibes, amable siempre, exquisito en el trato, tuvo a bien mantener una correspondencia extensa conmigo para solucionar esta inmensa riqueza que es el lenguaje rural de su narrativa. Me contó, entre otras, que “talama” era una ramita, que se llama “rispión” al rastrojo, o que la socarreña (palabra propia de Cantabria) es un cobertizo. Su última carta fue del 3 de diciembre de 2009. Ya no la escribió Miguel Delibes. Se la encargó a su nuera y secretaria, Josefa Caballero, la mujer de su hijo Germán, y comenzaba así: “Querido Urdiales: Le escribo por encargo de Miguel Delibes pues su falta de vista le impide hacerlo personalmente”. Así conocí a Delibes, así trabajé conjuntamente con él y así dimos luz a ese tesoro que es su lenguaje rural. [...]
22 junio, 2020Mi primer recuerdo de Delibes está unido a su libro El camino, que cayó en mis manos cuando era adolescente y, desde entonces, me ha acompañado. Después vinieron otras. Recuerdo las emociones vividas en el encuentro con Cinco horas con Mario, El príncipe destronado, La sombra del ciprés es alargada, La hoja roja, El hereje, y sobre todo Señora de rojo sobre fondo gris …y los diálogos con mi hermana. A él le debo, junto con otros grandes, mi pasión por la lectura, porque, sin duda alguna, es uno de los grandes. Mi premio Nobel. [...]
21 junio, 2020Mis padres estudiaron Comercio en la calle de la Estación, en Valladolid, donde Delibes era profesor. Así que en la orla de ambos, allí está él. Mi madre era una gran lectora y desde su paso por la escuela, una gran admiradora de su “querido profesor”; que así le llamaba. Ella me aficionó a leer sus libros. Además, vivíamos en el centro y de vez en cuando le veíamos pasear por el Paseo de Zorrilla, y mi madre siempre le saludaba y él devolvía el saludo. Mi recuerdo de él es que era un hombre campechano, correcto, elegante. Siempre con su abrigo verde y, al final, su bastón, pero siempre por su Valladolid del alma. [...]
20 junio, 2020Pues le admiraba desde hace años. Lector de su obra en mi Sevilla natal, admiraba sus libros ajenos al mundo de la caza y en especial, Mi idolatrado hijo Sisí, . La vida me trajo a Valladolid y a trabajar en la zona de la calle Muro. Un día, paseando contemplé a un señor mayor con gran similitud con don Miguel. Coincidía su paseo con mi café y pronto me di cuenta de que era él. Alto, ligeramente encorvado y con una mirada afilada, escrutadora. Una quiosquera me dijo que tenía mal genio, que no le gustaba que le importunaran. Y seguí viéndole, sus matutinos paseos, fiscalizando las obras de la plaza de Zorrilla como un jubilado más, manos en la espalda y sorprendido por la profundidad de la obra. Finalmente, una mañana me atreví a saludarle y pedirle la dedicatoria de un libro. Me miró impaciente, con ganas de seguir su paseo y me dio la dirección de su casa para que llevara los libros y allí los firmaría. Lo hice y al día siguiente, muy afectuosa, una nieta me los entregó y trabamos algunas palabras. Hoy lo tengo en mi librería. [...]
19 junio, 2020 Cuando tenía trece o catorce años, en el colegio nos mandaron leer un libro titulado Mi idolatrado hijo Sisí. Estaba escrito por un tal Miguel Delibes, del que yo aún no había oído hablar. Enseguida me fui sumergiendo en sus páginas, dejando que el autor me llevara de la mano, y ahí es donde comenzó una admiración que, con el tiempo, se fue haciendo cada vez más intensa. A ese primer libro le siguió El príncipe destronado. Mi admiración por su vida y por su obra fue creciendo cada día. Y luego llegó su última novela El Hereje que se convirtió definitivamente en mi obra preferida. Me encantó de principio a fin y lo que recuerdo con más emoción es su dedicatoria: “A Valladolid, mi ciudad”. Con Delibes aprendí a amar y a valorar lo nuestro, a quererlo y a defenderlo, a sentirme orgullosa de mi ciudad y de mi lengua. Ha representado como nadie ese espíritu castellano leal, noble y agradecido, y ha sido el símbolo de esa Castilla la Vieja, austera y fría, que tanto le ha querido y le sigue queriendo. Pudiendo tener el mundo a sus pies, prefirió quedarse en su querido Valladolid . Lamentablemente nunca tuve ocasión de hablar con él. La vida quiso que en 2004 llegara a mis manos una copia de una entrevista muy especial para mí: la que Delibes le hizo a mi tío-abuelo, el fundador de FASA, en 1953, con motivo de la puesta en marcha de esta empresa . Tiempo después le envié una carta con una copia de esta entrevista pensando que no la recordaría, y cuál fue mi sorpresa cuando me respondió diciendo que aún lo mantenía en su memoria. ¡Qué ilusión me hizo! Volví a escribirle solicitando una entrevista para que me contara sus recuerdos de aquella época pero me regaló algo mucho mejor: una maravillosa carta que me escribió en febrero de 2007. Recuerdo perfectamente la emoción que sentí cuando la recogí del buzón y las lágrimas que caían por mis mejillas cuando terminé de leerla. [...]
18 junio, 2020Buenas tardes. A D. Miguel, además de verle en alguna ocasión paseando por la zona de El Campo Grande, en el año 1985 participé en la renovación del padrón de Valladolid, y tuve la suerte de realizar el de su domicilio. Me atendió su hija Elisa y tuve la ocasión de saludar y estrechar la mano a D. Miguel. Ambos muy atentos y amables. Gracias y saludos. [...]
17 junio, 2020Conocí a Delibes siendo un niño, desde una perspectiva cuando menos curiosa: “desde las alturas”. Mi madre y mi tía Pilar esperaban que mi padre y sus amigos, después de una comida de fraternidad, pasasen a recogerlas para ir al Teatro Calderón y asistir a la representación de Cinco horas con Mario, de Delibes. A la comida asistieron Fernando Altés Bustelo, director de El Norte de Castilla; algunos de sus redactores; personas muy cercanas a la historia de mi vida como Germán Sainz y Tato Mateo; y el nombre más importante: Miguel Delibes. El tiempo pasaba y el portero automático permanecía mudo. Vivíamos en un quinto en el paseo de Isabel la Católica, con una amplia terraza abierta al Pisuerga. El día de autos, la terraza sirvió para que mi madre y mi tía montaran un dispositivo de guardia que les avisara de la llegada de las huestes de mi padre. En aquella atalaya urbanita, el vigía voluntario fui yo. Las manecillas del reloj corrían sobre la esfera al mismo ritmo que los nervios de mi madre: “¡No llegamos, no llegamos!”. Al límite del tiempo imprescindible para llegar al teatro, di la voz de alarma: los caballeros llegaban al rescate de las damiselas que, desde lo alto de la torre del castillo, aplaudieron de inmediato. Sonó el telefonillo y mi madre y mi tía bajaron al encuentro de los defensores de la pluma, en el corcel más rápido de las cuadras reales, el ascensor. Cuando pregunté a mi padre por el retraso, me reconoció que la charla con Delibes había sido muy intensa y que no se habían dado cuenta ni de la hora ni de que las mujeres estaban esperándolos. Con el tiempo, leí Cinco horas con Mario y recordé aquella “sobremesa” de mi padre con sus amigos y Delibes, que casi dio al traste con la ilusión de mi madre por ir al teatro. Su lectura me llevó a otras novelas de don Miguel que influyeron en que yo mismo terminara escribiendo las mías. Siempre agradeceré a Miguel Delibes el haber sido mi motor en la distancia y el alentador de mi vocación literaria. [...]
16 junio, 2020Nací en septiembre de 1936, recién comenzada aquella sinrazón. En 1951, con 15 años, entré a trabajar en la encuadernación de Miñón S.A., en la c/ Montero Calvó, en la sede de El Norte de Castilla; que formaba sociedad con Miñón, Lara y Santarén. Para acceder a mi puesto de trabajo tenía que pasar por la rotativa y allí veía muchos días, a media mañana, a Miguel Delibes, siempre con su cigarrillo. Hablaba, curioseaba y compartía tabaco; unas veces ofrecía él, otras le ofrecían los compañeros Celtas o Ideales, o picado en petaca y papel de fumar de ZIG-ZAG, con su famosa “hoja roja” avisando de que sólo quedaban cinco papelillos. Una mañana, cuando llegó Delibes todos se acercaron a él y le felicitaban y le daban la mano. Me dijeron que le habían nombrado subdirector de El Norte. Un día preguntó: “¿Quién es la hija de Colmenares?”. Yo levanté la mano y me preguntó cómo me llamaba. Le dije que “según”. “¿Según qué?, dijo Delibes. “Mi nombre es M.ª de las Mercedes; en casa me llaman Merce y mis compañeros Merceditas”, contesté. Desde aquel día me decía: “Buenos días, Merceditas”. En el 58, cuando le hicieron director, sí le felicité y le di la mano. Yo ya había leído algo de él y me había documentado sobre sus premios (¿cómo es posible que no le concedieran el Nobel? Se lo merecía, por sencillo y buena persona). En el 61, nos trasladamos a las eras de Cristo Rey por falta de espacio. El arte de la encuadernación que yo había conocido y que tanto interesaba a Delibes, ya no existía (aquellos grandes tomos del Norte que encuadernábamos “a diente perro” para la hemeroteca…). Todo se perdió con el progreso. En Montero Calvo había conocido, además, a personajes como Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, Antonio Allúe Morer, Capuletti… Necesitaría muchas cuartillas para contar todas mis vivencias, que no es el caso. Como ven, escribo a mano y si he cometido alguna falta de ortografía, corríjanme; la caligrafía tampoco es perfecta, pero la edad no perdona y el pulso tiembla. [...]
14 junio, 2020Soy arqueólogo. En 1989, con la compra de un avión ultraligero (ULM) inicie mis trabajos de arqueología aérea. Con Germán Delibes comencé a colaborar en algún yacimiento arqueológico. Miguel se enteró y quiso subir conmigo al avión ultraligero para sentir cómo ven los pájaros desde las alturas. Su hijo le desanimo, quizás con razón, y nunca voló en mi avión. De vez en cuando me regalaba algún cuento dedicado para mis hijos, que entonces eran pequeños. [...]
12 junio, 2020Apenas era una niña ilusionada en la lectura y en escribir versos. A quien yo llamaba abuelo, era conocedor de poetas, escritores y gentes de letras. A través de él y sus andanzas comencé a conocer a Miguel Delibes y a tener entre mis manos, cuentos y libros del autor. De esta manera, a una temprana edad, empecé a tener contacto con el novelista. [...]
11 junio, 2020Mi contacto con él fue fugaz, si bien en más de una ocasión le vi pasear por la calle de Gamazo y por la Acera de Recoletos . Hace ya unos cuantos años, era asiduo asistente a las Mañanas de la Biblioteca de la Casa de Cervantes   y me dirigía hacia ella cuando vi que el escritor, muy plácidamente, paseaba por la acera de la calle de Gamazo en dirección a la plaza de España, y yo, al adelantarle, cerrándole un poco el paso, pero sin llegar a hacerlo, aminorando mi marcha para ponerme al par de la suya, me atreví casi a detenerle para preguntarle por su estado, a lo que él me respondió con un lacónico “Bueno, hoy estoy un poco mejor”.   Estas fueron sus palabras y yo, a continuación le dije: “Perdone D. Miguel, sólo quería preguntarle por su salud y saludarle. ¡Buenos días!” y continué hacia la calle del Peso.   Con mi pequeña colaboración me adhiero a esta iniciativa y a este evocador y literario homenaje al notable académico, escritor, periodista, caricaturista y, sobre todo, hombre del pueblo, amante del paisaje y del paisanaje. Siempre estará en nuestro recuerdo y en nuestras vidas D. Miguel. [...]
10 junio, 2020Mis mayores recuerdos sobre Miguel Delibes son de 1946. Yo tenía 17 años y estudiaba en la Escuela de Comercio de Valladolid. Miguel era un gran fumador, igual que yo, así que en ocasiones me pedía algún cigarrillo y charlábamos un rato. Comenzó el curso y Miguel nos informó de que iba a casarse y que esperaba poder aprobar a toda la clase; que estaría muy pendiente de nuestra asistencia y que posiblemente ese año no haría ningún examen. Así lo hizo, nos aprobó a todos. Le hicimos un regalo. También trabajaba en El Norte de Castilla, donde acudía a las 7 de la mañana antes de ir a clase. Vivía por la zona del Arco de Ladrillo y utilizaba su bicicleta para desplazarse. Un día llegó a clase con su gabardina y sus pantalones manchados de barro. Me comentó que en el paseo principal del Campo Grande (por donde atajaba) unos guardias le habían tirado de la bicicleta. En ese paseo no se permitía el uso de bicicletas, pero a las 7 de la mañana no debería haber sido un problema. En mi opinión, los guardias no simpatizaban con el carácter del Miguel y aplicaron su autoridad de manera no correcta. Guardo en mi memoria el gesto que me hizo, provocado por una situación injusta en que tuvo que aguantar y callar. Después, fui propietario de un negocio de carnicería en Puente Colgante. Miguel acudía solo o con su mujer. Vivían cerca. Un día me pidió carne para pescar cangrejos. ¡Me alegré de verle y le regalé unos pulmones de ternera! A comienzos de los 80, en una conferencia en el Colegio Lourdes por Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En el turno de preguntas, Miguel se levantó y muy educadamente le dijo que quería hacerle una pregunta más “profunda” sobre su fundación. Balaguer le respondió que no admitía ese tipo de preguntas. Miguel se levantó y comentó: “Si no me quiere contestar, yo tampoco quiero escucharle”. A mi edad ya no puedo escribir grandes relatos, pero sí he podido contar a mi hija todos mis recuerdos. Ella es, ahora, la voz de mi memoria. [...]
9 junio, 2020Me decido a escribir estas líneas a petición de mi querida amiga Soledad Arribas, madrina de mi hija Sole. Ella sabe de mi admiración por Miguel Delibes. Tengo en mi librería todos sus libros regalados y dedicados a mis padres o a mi marido y a mí. Conocí a Miguel un día que fui a ver a mis padres. Él estaba en el salón charlando con ellos. Me encantaba escucharle. Tenía un puntito irónico que me gustaba.  Cuando nació mi hija Sole, después de ocho años de diferencia con la tercera y cuando nadie la esperaba, le regaló El príncipe destronado. Esta es una anécdota que nos hizo mucha gracia.  Para nuestra familia fue un gran amigo y siempre le recordaremos con cariño y admiración.  [...]

 

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